Mantiene en los ojos una chispa juguetona a la hora de mirar el mundo; aunque el tiempo le ha enseñado aquello de que “la vida iba en serio”, Pablo Carbonell no ha perdido la actitud vitalista que le caracteriza. Este artista polifacético va a publicar en primavera unas memorias que ha titulado “El mundo de la tarántula”, donde explica cómo se entrelaza su trayectoria artística con sus experiencias en lo personal y familiar. En el espectáculo que ha traído a La Expositiva de Granada para presentar el libro, alterna la palabra con las canciones propias y ajenas. Repasamos con él los momentos más significativos de su recorrido.
Pregunta: El hecho de escribir unas memorias ¿implica que Pablo Carbonell está ‘sentando la cabeza’?
Respuesta: (Risas) Sí, efectivamente, he sentado la cabeza, o por lo menos soy capaz de estar sentado, porque antes no era capaz de sentarme, todo lo improvisaba. Y un poco sigo así: ayer hice un resumen del libro, dejé un montón de cosas fuera y se fue la cosa a dos horas y media sin parar de rajar en escena; esto es muy duro para la gente, habrá alguno al que se le habrá quedado el culo plano crónico.
P: La pregunta obligada: ¿Por qué el título, “El mundo de la tarántula”?
R: Yo tenía un grupo de teatro infantil con Pedro Reyes y uno de los actores quiso seguir la carrera y se presentó en Madrid con una obra de teatro; vino de Huelva su madre, que estaba con las carnes abiertas viendo el desastre que era su hijo, no tenía imaginación ninguna para este trabajo, y dijo: “aquí estoy, al niño le ha dado por el mundo de la tarántula…”. Yo ese título lo tuve guardado en la cabeza mucho tiempo, sabiendo que era un título muy definitorio de la red en que te ves atrapado si te metes en el mundo de la farándula.
P.: Imagina que este país se vuelve loco y plantean hacer en televisión una nueva ‘Bola de Cristal’; ¿te gustaría participar?
R: Bueno, sí, coordinando guiones y puestas en escena, también podría interpretar. Es más, yo quería haber hecho un musical sobre ‘La Bola de Cristal’, pero no hay ninguna productora que pueda poner eso en pie. Nosotros en La Bola ejercimos el derecho de expresión y potenciamos el hábito de la lectura con los chavales. Yo creo que eso ahora mismo no interesa, ahora mismo lo que se quiere es embrutecer al vecino. Ahora, el fútbol es el mensaje, nadie va a hacer una revolución si hay un Madrid-Barça.
P: ¿Qué opinarías de que tu canción “Mi agüita amarilla” se utilizara en clase para explicar el ciclo del agua?
R: ¡Ya se hace! He ido a tres o cuatro colegios a explicar el ciclo del agua, cantándola a los chavales. Es una de las utilidades que tiene esta canción. Tampoco me importaría que la utilizara Greenpeace, para recordar que cualquier vertido nuestro revierte contra nosotros. Es una canción que tiene muchas lecturas y me alegro, porque la primera, obvia, es que este tío está como una puta cabra y tiene un ego descomunal… Se ha utilizado en libros para enseñar español en Holanda. Y en las revistas de médicos de entonces le hicieron análisis psiquiátricos al autor de la canción.
P: De la época de ‘Caiga quien caiga’, ¿qué sensación te queda?
R: CQC llegó a mi vida en un momento bastante crítico, estaba al borde del desahucio; había dedicado mucho tiempo a escribir un libro, había hecho un grupo, ‘Alimañas del Swing’, que no era excesivamente conocido… Cuando me llegó este trabajo, mi vida pegó un cambio de 180º, total. Lo que pasa es que también pagué un precio muy alto: el estrés al que me vi sometido, compitiendo conmigo mismo, intentando superar una pieza tras otra, y en mi vida personal, que se convirtió en un desastre: yo estaba siempre viajando, creo que tuve el trombo clásico de la clase turista, se me ponían los tobillos inflados, prácticamente no podía caminar, era muy duro ese trabajo, y además me decían ‘qué bien te lo tienes que pasar’; y es que es verdad, cuando ponía la cámara, ponía una sonrisa cojonuda; pero no sabía la gente la de horas sentado en un avión, o en un tren, o en un autobús hasta llegar al sitio; o las horas que me pasaba en la puerta de un hotel esperando a un tío, con frío, con tensión, sin saber qué va a pasar… bueno, el trabajo de un reportero, no se lo deseo a nadie.
P: El peso de ser famoso, perder el anonimato…
R: ¿Cómo lo llevo? Yo empecé en la calle; a las estrellas, a la gente que va con gafas oscuras, que se disfraza, al ‘star system’, le tengo mucha manía. Para atacarlo, yo decidí romper la distancia entre el público y yo, hacerme muy accesible, procurar ser lo más normal que mi condición me permite y lo he conseguido: yo soy muy accesible, una persona del montón. Yo puedo acabar de cantar en un macroconcierto y a las dos horas me ves intentando subirme al escenario de un bareto de mala muerte. Estando situado más o menos, me he ido a hacer mimo en solitario por Ibiza, en la calle. Es muy fácil encontrarme tomando una caña en cualquier barra y hablando con cualquiera. Todo el mundo es mi amigo, lo que está muy bien y a veces es un puto coñazo; sobre todo desde que a un tipo, que es mi enemigo, se le ocurrió poner una cámara de fotos en un teléfono, qué gilipollez. A mí ese invento me ha fastidiado la vida, a mí y a la gente que está conversando conmigo. Ahora, las fiestas las tengo que hacer en mi cocina, y para hablar con alguien, tengo que hablar en mi casa.
P: Si no te hubieras dedicado al mundo del espectáculo, ¿qué oficio te habría gustado tener?
R: A mí me habría gustado ser profesor; en mi familia hay cuatro profesores en la parte de mi madre, y en la parte de mi padre, curas, que también son profesores.
Me hubiera gustado ser médico, tengo sangre fría, podría haber sido un buen cirujano. Además, tengo capacidad de entender al enfermo, porque soy bastante enfermo. Lo descubrí cuando hacía ‘Hospital Central’, a los pacientes los trataba con mucha caridad, con una actitud que muchísima gente por la calle me decía “qué buen médico eres, ¿dónde tienes la consulta?”.
P: Dirigiste una película, “Atún y chocolate”, ambientada en tu Cádiz natal; en ella parecías valorar una vida más sencilla.
R: Sí, la gente en Cádiz vive muy modestamente. Pero los de Cádiz son muy de compartir, es muy difícil que alguien pase muchas, muchas penurias; siempre hay un vecino que echa un puñado de más en el puchero. Yo quería contar que, a pesar de que me fui de Cádiz con 14 años, yo he llevado a Cádiz dentro, entendía lo que era Cádiz a pesar de la distancia y del tiempo que había pasado; volví a Cádiz, hice esa película que, por ahora, es la película más gaditana que se ha hecho nunca, en muchísimos conceptos: no solo de lo que trata la película, sino cómo está hecha, muy modestamente, con mucha luz, mucho apego a los sentimientos, mucha bondad por parte de todos los personajes.
P: Este año vas a ser el pregonero del Carnaval de Cádiz; he leído por ahí que para ti la tierra gaditana es “el reducto musical de la libertad de expresión”. ¿Crees que ser de allí te ha marcado en tu forma de ver el mundo?
R: Sí, el Carnaval de Cádiz es un carnaval muy atípico: Cádiz se enfrentó a Fernando VII, con la Constitución que se creó allí, porque Cádiz tenía el don de la palabra. En Cádiz se podía hablar, eso fue una gran revolución. Esta afición a comunicarse no se le ha podido quitar a Cádiz. Franco quería cargárselo y lo único que pudo hacer es que se llamaran “Fiestas Típicas”, porque a Cádiz no la calla nadie.
Que me hayan nombrado pregonero de la fiesta que más quiero y en la ciudad donde ha nacido, pues hace que esté entre “La que me ha caído” y la satisfacción, ando con la cabeza como un bombo. Tengo que hacerlo tan bien que, hasta que no lo haya hecho, no voy a poder descansar.
P: La compañía discográfica ’18 chulos’ es algo más que un proyecto musical; supongo que la pérdida de Javier Krahe os habrá afectado especialmente al círculo de amigos.
R: Sí, me ha afectado porque he perdido a un amigo y a un modelo. He perdido a un tipo que nos ha enseñado a amar el lenguaje, gracias a esa precisión para encontrar la palabra que define y que además rima y crea una voltereta lingüística, como hace en sus canciones. Nos ha hecho descubrir que el diccionario es una máquina de concordia: es muy difícil, si tienes la palabra precisa, pegar un puñetazo en la mesa, o darle un puñetazo a alguien. Javier nunca decía “es un hijo de puta”; decía “es muy molesto”. Si el lenguaje tuviera un santo, se llamaría Javier Krahe.
P: ¿Vas a hacer una presentación formal de tu libro?
R: El libro sale el 16 de marzo. Yo voy a seguir haciendo avanzadillas en pequeñas salas, poniendo mi cabeza en orden. Lo más seguro es que haga una pequeña banda para que me acompañe, no tener que coger la guitarra en mitad del discurso, sino integrar la canción dentro del discurso como si fuera un musical. Ya que dura dos horas y media, como ‘Sonrisas y lágrimas’, por lo menos que fluya. Mi idea es crear un espectáculo con esta historia.
(Fotos: Mar GuiaKul)